jueves, 29 de agosto de 2013

Y de pronto la distancia

Quizá fue porque entró por la puerta con una expresión distinta y por lo tanto desconocida, por unos instantes en la mirada se percibía un vacío de desconexión emotiva .El olvido de un beso rutinario la hizo reaccionar. Ahora empezaba a atar cabos, el sueño de la noche anterior, tan extraño como macabro: Una mujer cogía una cerilla de las antiguas de cera y se la colocaba en el párpado inferior encendiéndola. Ella le suplicaba que no hiciera aquello, entonces la apagaba y la volvía a encender, le volvía a repetir lo mismo, que no lo hiciera que era peligroso. Ahora entendía el significado..." Abre bien los ojos, y quien juega con fuego corre el riesgo de quemarse". Un asomo de desconfianza la descolocó llevándola a una inseguridad y de sopetón al rechazo, no quería ni sabía disimular que no pasaba nada. Tenía una percepción muy agudizada y cualquier detalle por ínfimo que pareciera no le pasaba desapercibido era una gran observadora acerca de la conducta humana y sus actitudes tanto positivas como negativas . EL raciocinio silenció al corazón, no quería intermediarios para ceder una vez más como solía hacer en su currículum relacional. Otro hecho simbólico le vino a la mente, la rotura de una pulsera de perlas de río que le había regalado en su último aniversario...¿ alguna premonición de ruptura? o quizá el principio del fin. El problema básico persistía, por una parte una insaciedad impulsiva inagotable de autocomplacerse sin límites en contra posición a otro estado de relajación pasional más cercana a la ternura y al contacto de piel...dos placeres distintos y un sufrimiento compartido. Ante una situación embarazosa desencadenada por una discusión nocturna, optó por el diálogo racional, y tambien por una reconciliación temporal, la noche acechaba silenciosa y pedía quietud, la gente dormía y no podía permitirse un desvelo colectivo. En la madrugada una pesadilla inquietante la despertó…y una ansiedad olvidada le oprimía el corazón, el presagio de una inquietud renaciente le vino a decir que ante la fragilidad de las emociones no hay ni bien ni mal, ni luz ni sombras que persistan, su alternancia dan fe de vida.