Pocas veces se le había ocurrido el deseo de volver atrás para empezar de nuevo una vez aprendida la lección, cuando se trataba de una experiencia vivida. ¿Por qué no habría segundas oportunidades? ( se preguntaba una y otra vez). Tenía la creencia que la vida era un aprendizaje desde el comienzo hasta el fin y en vencer las dificultades dependía el crecimiento personal. Después de casi seis décadas de existencia creía que se conocía bien. No sabía poner límites y no soportaba situaciones donde interviniera el conflicto tanto propio como ajeno, era incapaz de llamar la atención o enfrentarse ante lo que ella creía que era una falta de seriedad, injusticia o desprecio o cualquier anormalidad. Esto le había creado muchos problemas y situaciones embarazosas que la desestabilizaban, no eran los hechos en sí, si no la actitud de las personas adultas lo que la ponía de los nervios. Había unas normas básicas de comportamiento humano que para todo el mundo deberían entenderse como sabidas, siempre y cuando no hubiera deficiencias o trastornos psíquicos evidentemente, pensaba, o que vinieran de otra civilización menos evolucionada. Enfrentarse a un comportamiento que le resultaba ofensivo, irrespetuoso y de poca delicadeza le producía un bloqueo que le creaba primero angustia y ansiedad y después inmediatamente rechazo. Había vivido muchas rupturas en una misma relación y los fragmentos habían dañado seriamente su sensibilidad. La realidad en el presente no era nada favorable, una actitud distante y fría que en aquel preciso momento había empeorado porque venía acompañada de una sonrisa irónica poco común y además para más inri padecía un dolor generalizado en las articulaciones que limitaban la movilidad y desplazamiento . El presagio no era alentador, se divisaba un invierno largo y triste. ¡No hay mal que cien años dure!... pensaba que quizás en la próxima primavera renacería de nuevo con expectativas de libertad, de sol y del intento de recuperar antiguas amistades con quien comunicarse y su espacio de soledad, muy importante para su equilibrio psíquico i físico e espiritual. Lo que realmente la entristecía era la presencia ausente y carente de emoción, para ella era como si ya no estuviera allí, como si se hubiera ido. Aquella tarde no le preocupó el hecho de que hubiera salido ni con quien, lo que realmente la conmocionó fue el hecho de que no cogiera el teléfono ni contestara sus llamadas. Ella no se merecía tanta indiferencia, ya que desde la adversidad de una ruptura anunciada hacía lo posible para actuar con normalidad con la esperanza de que un cambio de situación aquietara despechos y tirantez, sabía de antemano que no eran necesarios porque no solucionaban nada y por lo tanto era un añadido para una inquietud no deseada para nadie. Estaba bien segura que no beneficiaba su estado de salud con cierta tendencia a una fragilidad emocional de naturaleza innata y hoy por hoy a pesar de los años y de múltiples experiencias ,reincidente.