sábado, 10 de octubre de 2020

 Las mujeres de mi familia.


Un día no hace muchos años una de mis hermanas dijo: ¿ Por qué no te dejas el pelo largo?, estarías mucho mejor. Supongo que se refería diciendo esto, que me vería más femenina. Esta pregunta me trasladó a nuestro pasado de convivencia en nuestra infancia y juventud. Nunca de los jamases, mi hermana que yo recuerde, hizo ninguna tarea de la casa, ni su propia cama. Teníamos la  abuela paterna que nos malcrió y lo hacía todo, compaginando el trabajo de cocinera y de ama de casa, de la suya y de otra de gente adinerada, que le pagaban poco, pero la trataban bien, y esto era mucho, porque había sido una niña maltratada que huyó de casa a los diez años, a principios de siglo en las zonas rurales así sucedía, lo del maltrato a la mujer era y es algo que sigue vigente, desgraciadamente . Yo de bien pequeñita, me quedaba junto a mi madre cuando estaba enferma y la iba mirando, era mi instinto de cuidadora que iría creciendo con los años. Vivíamos en una casa grande, sin cuarto de baño, El WC estaba en el patio. Abajo la cocina, comedor, y una gran recibidor donde mi padre tenía las herramientas, escaleras, pinturas y tablones de pintor. Mi abuela, por la noche hacía unos cuantos viajes al piso de arriba, donde estaban las habitaciones donde dormíamos, y en la suya ponía cuatro vasos de agua para que bebieran  sus nietos durante la noche sin tener que bajar a la cocina. Se levantaba varias veces a taparnos y si estábamos enfermos nos traía leche caliente con miel. No había mucha riqueza material pero el cuidado era de lo más selecto. Mientras nosotros íbamos creciendo, la abuela iba envejeciendo y con catorce años sin que nadie dijera nada, por iniciativa propia empecé a limpiar y ayudar a una abuelita buena por la que sentía mucho amor y agradecimiento. Mi madre pasaba toda la jornada trabajando fuera de casa, montando radios y tocadiscos, los fines de semana se dedicaba a limpiar, mi padre nos llevaba de paseo por la ciudad en tranvía. Como la relación, suegra y nuera no era de lo más cordial, eso sí, nunca hubo ni una pelea ni malas palabras, sólo algún gesto divertido de mi abuela, cuando mi madre venía en pantalones de una excursión con mi padre en moto. La abuela los fines de semana los pasaba en casa de su hija, una mujer un tanto peculiar, poco amante de las relaciones humanas,  y se la tenía como un poco bruja y loca, pero eso sí, amante de los animales. Nos vimos poco, pero se me quedó una imagen  gravada que nunca olvidaré. En nuestro patio había un pozo, de una profundidad considerable con una gran valla protectora para los niños pero no para los gatos y un día o una noche, cayó un felino, no murió y los maullidos causaban miedo, mucha angustia y una gran impotencia,  sin poder dormir.  Mi tía se enteró por la abuela, montó una gran madera cuadrada , con cuerdas, un cesto y consiguió sacar al gato y acabar con nuestra angustia y ansiedad al liberar al gato de una muerte lenta.

El alzhéimer, entonces desconocido, llegó de improvisto a casa enturbiando la mente y la conducta de la abuela, pilar importante de nuestra familia y desestabilizándola del todo. La  abuela una persona muy ágil y rápida en movimientos era imprevisible, quería hacerlo todo igual pero sin saber lo que hacía. Todos íbamos locos vigilándola, yo mucho más por mi carácter protector innato, no dormía por las noches por miedo a que cayera por las escaleras. Mi padre puso llave en armarios y nevera. Realmente era un peligro. Yo la bañaba a pesar de sus  gritos y lloros que asustaban y salíamos a pasear ella muy contenta, buscando su casa de la niñez que nunca más encontraría, era un sin vivir. Pasamos un infierno que prefiero no recordar. Después de su muerte, tuve pesadillas muchas noches, me llamaba que la fuera a buscar, esta pérdida y no quería estar allí. Mientras tanto vinieron los niños, hijos de mis hermanas, la alegría de casa, se hicieron mayores y los padres envejecieron. Mis hermanas con sus hijos y maridos, los fines de semana desaparecían y para mi se acabó la libertad, el instinto cuidador me llevó a perderla. Fue muy triste ver el abandono y la soledad previa a los últimos años de vida de  mis padres. Todo no acabó aquí, el hermano, pequeño con una discapacidad, física y psíquica más de lo mismo. En la sociedad patriarcal bastante contradictoria, quien se tiene por cuidadora es quien elige la libertad de la que decide no formar una familia. Y ahí andamos, con la lucha de revindicar que el cuidado de la familia es proporcional a los miembros y no a sus circunstancias, sean hombres o mujeres, estén en pareja o no, tengan nietos o no los tengan. Y ahí andamos en este laberinto reivindicativo , repitiéndose la historia. Cuando se nace con empatía y responsabilidad tienes todos los números para los que no las tienen te hagan renunciar a tu libertad elegida y a disfrutar de la vida, las amistades o la misma soledad. Y todos a una te harán sentir culpable si te quejas de la gran injusticia que tu ves y ellos colectivamente no lo ven por sus intereses y egoísmo, serás la mala y te ningunearán.