Ante una muestra clara de insensibilidad, se le erizó el alma y una inmensa tristeza anidó en su piel. Se sentía débil y frágil como un pétalo de rosa seco, solo había que encerrarlo en una mano bien apretada para hacerlo añicos y desaparecer. La complejidad de las relaciones humanas la desbordaba. Primero una felicidad enorme ante el hechizo de una novedad , una persona totalmente desconocida y una ilusión enorme por descubrir. Sensaciones de renovación, estímulos, desvelos, poesías, un sin fin de anhelos por vivir. Al cabo de un tiempo una realidad aplastante venía a mostrar aquella imperfección colectiva, nadie se eximía de ella. Podía aparecer en todas las formas conocidas: decepción, desconfianza, diferencias sutiles o no tanto, desequilibrio en el dar y recibir, falta de compromiso como la infidelidad o cualquier desavenencia rutinaria. Recordaba aquella frase:" Después de la tempestad viene la calma". En cierta manera venía a decir, la ceguera motivada por la revolución de los sentidos era algo efímero, la calma, era el período del asentamiento, de la aceptación del quedarse o irse, aunque a veces la comodidad o el miedo a la soledad solían ser traicioneros con el inconveniente del autoengaño con justificaciones inverosímiles. Ahora venía el período difícil...Pensaba que la mejor manera sería abrir el corazón y como quien abre la jaula de una pájaro aprisionado...decirle:" Vuela, vuela bien alto buen amigo de mi existencia, abre bien las alas, llénate de color y vida que has nacido para vivirla y disfrutarla". Una vez liberado el corazón, ya no tendrían cabida más jaulas ni dolor, solo libertad y buscar a aquellos que la quisieran compartir al unísono de los latidos, acompasados como el sonido de un reloj...tic, tac...sin desajustes de contacto...tic, tac... mostrando el paso del tiempo con sus aciertos y desaciertos, aventuras y desventuras.