Llamaron a la puerta..." toc. toc". Miró por la mirilla y le dijo que era el azar, como era Navidad venía a pedir disculpas y a desearle un feliz año con salud, soledad, libertad y buenas compañías de las de verdad de aquellas que desprendían bondad, comprensión , generosidad, sabiduría, sencillez y empatía. En fin su deseo más preciado, como era sabido, el azar, también era adivino. Llevaba un ramillete de muérdago. Justo porqué era Navidad , ella le había abierto la puerta, descorchó una botella de cava rosado, brindaron por los errores, el perdón y por la esperanza , el olvido, la paz, el silencio y el equilibrio.
Le advirtió que aunque no era su caso, se habían dado situaciones erróneas con un final feliz. Al marcharse le dio a entender con un guiño de suerte, que a veces aunque el se despistara, cada cual tenía una intuición por consentir... En la despedida dijo que había pequeñas pérdidas que se consideraban grandes ganancias , a veces el mantener una situación sólo por el hecho de mantenerla, no llevaba a nada bueno, lo mismo que el callar y aguantar un mal femenino por excelencia. Cuando la balanza de la compensación era liviana y la del conflicto desmesurada solo había una alternativa y aquí no intervenía el azar, sinó la justicia sin venda en los ojos. También hablaron de la soledad y sus beneficios como ahuyentar las malas compañías, que de haberlas , las había, al igual que las meigas, la mejor opción era alejarse de ellas, ya que nada bueno le aportarían. Le confesó un secreto, que había cometido muchos errores y que no todo el mundo podía tomar conciencia de ellos. De todo se aprendía y el futuro era un cúmulo de sorpresas, solo había que esperar, de una semilla podía surgir, tanto una mala hierba, un arbusto, una flor bella, un cactus lleno de pinchos, o un árbol enorme, duradero y centenario con raíces de estabilidad, echadas en la madre tierra.