En el trabajo tuvo la sorpresa imprevista que alguna que otra vez ya le había sucedido y que tanto la irritaba, como todas las faltas de delicadeza o de respeto hacía cualquier persona. La ofensa era tanto si iba con ella o con otros, tanto le daba. El hecho de verlos a todos sonrientes con la sensación aparente de culpabilizar a alguien por un error humano sin trascendencia, parecía que, con las sonrisas irónicas ellos nunca errasen jamás de los jamases y se alegraban por ser meros espectadores sonrientes de pertenecer al grupo privilegiado de los perfectos, al menos esto era la mala impresión que causaban. No es que le gustara ni satisfacía el hecho de tener algún despiste esporádico, pero lo asumía y sabía que habría otros y que tendría que aprender a protegerse y a no irritarse, la respuesta siempre sería la misma y por lo tanto no había otra que no inmutarse ante la reacción de unos seres que padecían de ignorancia emocional, sin tener la más remota idea de su existencia ni conocimiento de la misma. Le quedaba la bonita experiencia del paseo marítimo con la compañía de una presencia nueva muy agradable. Esta vez el tiempo no le dio una tregua deseada, pasó tan rápido que apenas pudo tomar consciencia de un nuevo despertar. Sola en la estación hubiera dado lo imposible para que empezara de nuevo y así infinitas veces, revivir la conversación, la cercanía, el contacto y aquella sonrisa que fluía al igual que las palabras como una caricia en la piel o un beso tierno en unos labios ávidos por besar. Otra vez estaba a merced de las circunstancias e imprevistos y a la espera de una nueva oportunidad favorable . Tenía claro que esperaría sin desesperar. El azar y el contratiempo eran condiciones de vida con las que había que contar, a pesar de los pesares, ya que no poseía una barita mágica para contagiar un sentimiento compartido y doblemente deseado, desde hacia algún tiempo donde las emociones dormían en un lecho de vacío.
lunes, 20 de febrero de 2012
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