jueves, 22 de septiembre de 2011




Como víctima justifica su saber vivir como una obligación constante, sin emoción alguna y ciega de alma y corazón sobrevive lamentándose. Vive en la oquedad de su egoísmo, nada da porqué no tiene que ofrecer. Enaltece lo material como si fuera un altar, su diosa la moneda. Siembra iras, rabias y desprecio...pero tiene la piel resbaladiza como un reptil. Nunca se da por eludida ante la verdad y razón de los otros, sus ojos tienen la mirada inversa siempre mirando hacia a dentro, la felicidad es algo inalcanzable, nunca llega...se evade y se ahoga en sus propias quejas...Ante tal observación, pensemos en la humildad y en la tristeza de una vida sin sentido, pero la inteligencia justa de guardar la distancia mesurable o la pura indiferencia, no merece otra cosa ni tan siquiera la compasión.

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