Su deseo en estos momentos de su vida no iba más allá que el de un abrazo bien dado y participativo de contacto de piel y corazón. Sentía añoranza de aquellos tiempos remotos donde la proximidad de una piel amiga era cercana. Había perdido la noción del tiempo de la carencia de tal proeza humana, casi tan necesaria como el alimento para sobrevivir ( a menudo olvidada) para aquellos que la sensibilidad aun era hábito de piel y una caricia del alma. También era cierto que tenía una capacidad de aceptación flexible, supliendo las ausencias contemplando todo lo hermoso y gratificante que la rodeaba y marcando la distancia prudencial establecida con quien se relacionaba. Hoy se había sobre limitado, cuando una vecina ,con la que solía hablar a menudo, había salido del hospital después de una operación tumoral complicada. Al oir la llamada a su puerta y verla sonriendo, no pudo evitar una crisis de emoción súbita y le ofreció un abrazo, seguido de otro por la alegría del acontecimiento y el reencuentro extrahospitalario. La vecina, extrañada por la manifestación de una confianza poco frecuente, la invitó a subir a su casa de vez en cuando. Una sonrisa de agradecimiento llevaba dibujada, subiendo las escaleras muy despacio por el cansancio postoperatorio, se intuía una cierta felicidad por esta manifestación emocional poco frecuente y casi extraña entre vecinas, que de vez en cuando intercambiaban algunas palabras cuando se encontraban en la calle o en el rellano de la escalera y entre encuentros e intercambio de sonrisas habían creado una relación de acercamiento y simpatía común, todo hay que decirlo, el abrazo era por una alegría más que justificada de bienvenida por las buenas perspectivas de curación sin tratamientos agresivos y por el buen aspecto que presentaba.
jueves, 15 de septiembre de 2011
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