Desde pequeña siempre se había sentido atraída por la noche, cuando la iluminación nocturna de neones y otras luces artificiales eran escasas y el cielo era un cúmulo de luces vivas, brillantes e infinitas. Solo era un interés visual que le atraía por su misterio de esencias muy lejanas y que algunas leyendas populares justificaban las tristes pérdidas de seres queridos ,que subían al cielo y cada uno era una de esas estrellas y estaban allí para observar, cuidar y sentirse presentes para no caer en la oquedad de un olvido permanente.
Ahora ya una mujer adulta, cercana a la tercera edad ,seguía mirando al cielo desde otra perspectiva muy distinta. Observaba de cerca la luna cuando era un filo dorado que apenas se percibía, le entusiasmaba, hasta el plenilunio que iba siguiendo y gustaba de mirar la luna llena salir de la mar, captando su elevación pronta y rápida comparando lo efímero de todo que acontecía.
Se sentía muy afín e identificada con el mar y la luna. Con el mar por su inmensidad, color, por la sal , el ir y venir de las olas, el acogimiento de las playas, la fuerza de las rocas, impasibles y resistentes. Con la luna por sus fases al igual que su vida, a veces creciendo en el largo aprendizaje de vida, otras menguando durante los períodos de crisis y otras en plenitud cuando alcanzaba alguna ilusión, cuando podía compartir sentimientos o emociones correspondidas o el poder contar con las buenas compañías de todas sus amistades, una de los regalos más preciados de la vida, los seres incondicionales que siempre permanecían. Después como en la fase de luna nueva venían tiempos de no estar, era la etapa más frágil y vulnerable, la contradicción, decepciones, vacíos e incertidumbres. Justo había oído en las noticias del acercamiento peculiar de Venús, Júpiter y la luna, curiosamente en estos momentos que el destino le había puesto en su camino una situación similar, sin quererlo, buscarlo, ni desearlo formaba parte de un triángulo, lo último que hubiera imaginado en su vida, tan tranquila, serena y coherente hasta el momento. Ella como la luna, representaba lo femenino, entrega, ilusión, recibimiento, gratitud, al mismo tiempo inconsciencia y fantasía. Venus representaba el despertar del deseo, remolinos de pasión, incitación al mundo del placer. Júpiter, lo masculino, el sentido interno de la ley, el que posee el poder de decisión, capaz de acercar y distanciar por el hecho de disponer del privilegio dotado por esta sociedad, adquirido de los siglos por los siglos. Ahora esta mujer en un principio solitaria, serena y coherente se hallaba con un gran dilema ante una elección personal. La inteligencia emocional por el largo tiempo de soledad y reflexión le habían llevado a un estado de flexibilidad y tolerancia generalizados . Ante la inesperada situación tan extraña desde el principio y por principios nunca debió de acceder, cedió sin pensar en lo absurdo y la incoherencia al resultado final. Evidentemente debía de replantear la situación de nuevo, no iba a acceder al poder de nadie, ni a la comodidad de no elegir o sea la ambigüedad que no se identificaba para nada. Solo tenía que saber como replantearse de nuevo la situación para salir de este triángulo que no le cuadraba de ninguna de las maneras y no permitiría que rompiera el equilibrio adquirido después de muchos años de ansiedades y miedos vencidos. Dudaba de su temperamento, de sus afirmaciones iniciales, de su capacidad de razonar ante las adversidades, de saber ceder ante lo más imprevisto, de lo que realmente quería entre tanta contradicción e inseguridad, tanto suya como de los otros representantes de este triángulo donde un cúmulo de emociones negativas y positivas estaban en un pulso permanente de fuerzas, donde era evidente que tanto el poder como la fuerza, la naturaleza madre había dotado al hombre,lo masculino, y en este caso Júpiter tenía la estrategia de estar presente pero en su territorio de libre albedrío, dominando la situación entre la luna y Venus, sin que esta última dejara de saciar sus estímulos de instinto viril, para consolidar un poder adquirido por el tiempo y las circunstancias, teniendo en cuenta que Venus precisaba de las dos energías para complacer su inmensa pasión innata que retroalimentaba para el gozo de su existencia. Ella como la luna cambiante pero insistente, persistía comprendiendo todas sus fases, aceptando la cercanía y el alejamiento , pero eso sí, cada uno en su lugar y ahí estaba lo correcto, solo así accedería, era una comparación clarividente un ejemplo a seguir, no deseaba poseer, perjudicar ni herir, tan solo vivir siempre y cuando no hubiera desestabilización que desequilibrara el péndulo de lo justo ni para un lado ni para el otro.
Ahora ya una mujer adulta, cercana a la tercera edad ,seguía mirando al cielo desde otra perspectiva muy distinta. Observaba de cerca la luna cuando era un filo dorado que apenas se percibía, le entusiasmaba, hasta el plenilunio que iba siguiendo y gustaba de mirar la luna llena salir de la mar, captando su elevación pronta y rápida comparando lo efímero de todo que acontecía.
Se sentía muy afín e identificada con el mar y la luna. Con el mar por su inmensidad, color, por la sal , el ir y venir de las olas, el acogimiento de las playas, la fuerza de las rocas, impasibles y resistentes. Con la luna por sus fases al igual que su vida, a veces creciendo en el largo aprendizaje de vida, otras menguando durante los períodos de crisis y otras en plenitud cuando alcanzaba alguna ilusión, cuando podía compartir sentimientos o emociones correspondidas o el poder contar con las buenas compañías de todas sus amistades, una de los regalos más preciados de la vida, los seres incondicionales que siempre permanecían. Después como en la fase de luna nueva venían tiempos de no estar, era la etapa más frágil y vulnerable, la contradicción, decepciones, vacíos e incertidumbres. Justo había oído en las noticias del acercamiento peculiar de Venús, Júpiter y la luna, curiosamente en estos momentos que el destino le había puesto en su camino una situación similar, sin quererlo, buscarlo, ni desearlo formaba parte de un triángulo, lo último que hubiera imaginado en su vida, tan tranquila, serena y coherente hasta el momento. Ella como la luna, representaba lo femenino, entrega, ilusión, recibimiento, gratitud, al mismo tiempo inconsciencia y fantasía. Venus representaba el despertar del deseo, remolinos de pasión, incitación al mundo del placer. Júpiter, lo masculino, el sentido interno de la ley, el que posee el poder de decisión, capaz de acercar y distanciar por el hecho de disponer del privilegio dotado por esta sociedad, adquirido de los siglos por los siglos. Ahora esta mujer en un principio solitaria, serena y coherente se hallaba con un gran dilema ante una elección personal. La inteligencia emocional por el largo tiempo de soledad y reflexión le habían llevado a un estado de flexibilidad y tolerancia generalizados . Ante la inesperada situación tan extraña desde el principio y por principios nunca debió de acceder, cedió sin pensar en lo absurdo y la incoherencia al resultado final. Evidentemente debía de replantear la situación de nuevo, no iba a acceder al poder de nadie, ni a la comodidad de no elegir o sea la ambigüedad que no se identificaba para nada. Solo tenía que saber como replantearse de nuevo la situación para salir de este triángulo que no le cuadraba de ninguna de las maneras y no permitiría que rompiera el equilibrio adquirido después de muchos años de ansiedades y miedos vencidos. Dudaba de su temperamento, de sus afirmaciones iniciales, de su capacidad de razonar ante las adversidades, de saber ceder ante lo más imprevisto, de lo que realmente quería entre tanta contradicción e inseguridad, tanto suya como de los otros representantes de este triángulo donde un cúmulo de emociones negativas y positivas estaban en un pulso permanente de fuerzas, donde era evidente que tanto el poder como la fuerza, la naturaleza madre había dotado al hombre,lo masculino, y en este caso Júpiter tenía la estrategia de estar presente pero en su territorio de libre albedrío, dominando la situación entre la luna y Venus, sin que esta última dejara de saciar sus estímulos de instinto viril, para consolidar un poder adquirido por el tiempo y las circunstancias, teniendo en cuenta que Venus precisaba de las dos energías para complacer su inmensa pasión innata que retroalimentaba para el gozo de su existencia. Ella como la luna cambiante pero insistente, persistía comprendiendo todas sus fases, aceptando la cercanía y el alejamiento , pero eso sí, cada uno en su lugar y ahí estaba lo correcto, solo así accedería, era una comparación clarividente un ejemplo a seguir, no deseaba poseer, perjudicar ni herir, tan solo vivir siempre y cuando no hubiera desestabilización que desequilibrara el péndulo de lo justo ni para un lado ni para el otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario