Lo de poner límites siempre había sido un gran dilema, no sabía, y las consecuencias siempre venían después, al igual que la falta de comunicación ante malentendidos cuando había emociones por medio. Como la última gota que colma un vaso o la explosión de un globo con demasiado aire comprimido, este era su modo de protesta o ya directamente de despedida. Madurez y contradicción siempre cogiditas de la mano junto a la fragilidad emocional, un trio de lo más imperfecto. Sabía también que los actos y algunas actitudes extralimitadas solo eran responsabilidad de quienes las llevaban a cabo aunque salpicaran e impregnaran a personas ajenas, cercanas o incluso lejanas. La gente podía murmurar y emitir juicios, lo que estaba claro que ante el vacío, la rutina y la mediocridad, la novedad de algo diferente con pinceladas dramáticas daba mucho de sí cuando había poco de que hablar .Creía en la ética de la compensación y equilibrio donde no cabía explicación para definirlos, la cuestión era que la otra parte actuara según creía ella misma que debería de responder, o lo que sería como ejemplo, aquello que quiero para mi o deseo o no quiero es justo lo que creía que debiera recibir ( lo que no estaba claro es que la otra parte lo viera tan claro como ella misma) .Los referentes anteriores no habían dado los frutos deseados o la madurez implícita de consideración normal en una persona adulta. Todo ente humano iba en un inicio a la deriva ante cualquier pérdida, la que fuera, por separación o muerte y la capacidad de adaptación o superación a la fustraciones mediante un período de duelo era el tiempo el que mediaba y a la larga el que decidía que camino tomar o seguir: el de la serenidad y coherencia o el desasosiego y un sin vivir y dependendiendo de uno u otro las salpicaduras en su entorno más cercano buenas o malas iban a incidir como el efecto de un billar francés de rebote todos tocados por carambola o como una partida de juego de barcos, tocados y hundidos.
