viernes, 27 de septiembre de 2013

EL ICEBERG Y LA MOLÉCULA TIBIA


                                 



En un rincón perdido y sombrío de las aguas heladas de la Antártida, habitaba un Iceberg que se caracterizaba por su estado inamovible y por su impasibilidad en cuanto al entorno. Compartía el conjunto de luz y tonos blancos y azules con una frialdad helada y con una indiferencia ausente, presumía de su inamovilidad centenaria y de su rigidez espectacular. Había conseguido una solidez tan consistente y perfecta, que ni los rayos del sol en su punto más álgido y directo, consiguieron hacer resbalar ni una sola partícula de agua. A unos kilómetros mar allá y a una distancia considerable se encontraba un cráter volcánico en un estado pasivo desde hacía miles de años. Un día cualquiera de entre tantos, hubo un sutil movimiento inapreciable desde el entorno inmenso... y una pequeña grieta se abrió en el centro mismo del cráter. De pronto, una chispa de fuego asomó, ésta se transformó en vapor y con el contacto frío se convirtió en agua. Poco a poco esta se fue deslizando por el glaciar hasta que llegó a las aguas heladas en forma de molécula tibia acuosa. No se sabe como ni porqué el agua no consiguió enfriarla. La energía que esta molécula desprendía era tan tibia y cálida que por allí donde pasaba dejaba un corredor de espuma brillante. Poco a poco fue acariciando las aguas heladas y estas complacientes la balanceaban al compás de las olas. Nutrias, focas y otros animales marinos pudieron sentir el placer de sus caricias. El trayecto y la inercia condujeron a la molécula tibia a las cercanías del trozo de hielo, que lleno de orgullo por su apariencia rígida se sentía el centro del universo. ¡ Y mira por donde!  que este gran muro congelado por el frío, el tiempo, y su dureza indestructible, empezó a sentir un dulce hormigueo y un cosquilleo electrizante. La molécula le acarició muy suavemente y de manera intrínseca y desde el fondo de su esencia, sabía que continuar seduciendo a esta masa enorme inamovible. El Iceberg reaccionó, dejándose llevar por el placer del contacto cálido. Lentamente en las capas más superficiales se produjo una liberación de átomos de hidrógeno y oxígeno, en forma de cristales chispeantes, fluyeron rompiendo partículas de rigidez estructural centenaria y pequeñas descargas minúsculas rompieron tensiones piramidales acumuladas por el tiempo. Por un instante en el núcleo del hielo habitó una calidez muda. Se abrió una grieta de afuera hacia dentro y una gran helada interna la engulló. Así empezó un proceso de cristalización de la molécula que llegó a convertirse en el diamante más bello conocido, situándose en el centro del núcleo. El Iceberg, sabía que exteriormente nadie nunca podría apreciar la huella minúscula que había dejado la insignificante molécula tibia y cálida, decidió olvidar para siempre las sensaciones maravillosas que había podido sentir durante unos instantes cortos de ternura y escondió y silenció la experiencia vivida en el rincón más escondido e inhóspito que solo él y nada más que él podía conocer. Pepa 1996

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