jueves, 9 de octubre de 2014

Al otro lado del faro

 

 
 
 
 
En la vida, una senda larga o corta según se mirara, pero de una gran envergadura por el aprendizaje desde el comienzo hasta el fin, algunas veces  venía a transmitir algún mensaje encubierto, solo se precisaba el modo de  hallarlo, descifrarlo, reconocerlo y entender su sentido principal, ahí estaba el " quid de la cuestión". Esta vez había sido la visualización de un faro en la lejanía que se apreciaba en el otro lado de la mar, había unas cuantas leguas imprecisas de agua que la separaban del mismo indicador de tierra a través de la luz nocturna intermitente, situado en uno de los extremos del delta. A ella le fascinaban los faros y le hubiera encantado en algún momento de su vida trabajar y vivir en uno de ellos, un trabajo extinguido muy a su pesar junto  al reconocimiento de ser un sueño de los muchos irrealizables que se daban en la vida de las personas. Recordaba tanto una novela de Carmen Martín Gaite, " La Reina de las Nieves" como una película que se le  había olvidado del  título, cuyo  tema principal  en ambas, estaba centrado en uno de estos habitáculos marinos rodeados de agua, con sus vaivenes de quietud y temporal, abiertos desde un espacio del universo entre el cielo y la mar. En una  retirada otoñal imprevista, se encontraba en un  apartamento de La Ampolla con vistas al puerto y al mar , ahora había recuperado este privilegio especial de tomarse su descanso cuando ya casi todo el mundo trabajaba, se podía apreciar una vista preciosa del puerto y del mar, podía divisar la forma blanca y roja del indicador de luz, que se percibía en la distancia. Recordaba  unas cuantas lunas atrás, un día de invierno muy frío donde se encontraba al otro lado del faro, en el Delta y acompañada de quien pertenecía a la lejanía de un olvido bien merecido. Hizo la excursión por la arena hacía la torre  enorme blanca y roja en aquellos momentos sin luz, estaba reservada para los que navegaban allende los mares en la oscuridad de la noche. La excursión la fascinó y a pesar del frío hivernal lucía un sol espléndido, fue una experiencia muy gratificante, rompiendo la rutina triste de un devenir de desajustes silenciados de palabras y actos que solo podían  llevar a una ruptura anunciada sin vuelta atrás. Ahora desde la otra parte y pasado un tiempo prudencial, vivía en un estado de calidez con una temperatura llevadera, de paseos por tierra firme,  con una  vegetación frondosa, acantilados de rocas rojizas, la mar tranquila, ondeando formas  que la embellecían aun más con el reflejo de los rayos del sol por la mañana y la estela de la luna llena al anochecer, donde  peces saltarines que  parecían de lo más feliz  les daban la bienvenida a sus miradas de plenitud, al igual que  los colores de tonos rosáceos de una belleza muy apacible y reconciliadora, claro que la buena compañía de quien la había llevado allí era un regalo de lo más preciado y valioso que le  agradecía a la vida, una buena amiga de largos paseos,  con quien compartía: reflexiones, silencios y contemplación, una excelente persona que cumplía sus expectativas según sus deseos en la  actualidad  . Los barcos pesqueros volvían para ofrecer sus manjares marinos de los que ellas se alimentarían...atrás quedaba la distancia casi infinita del acercamiento del faro, la frialdad, la inestabilidad al andar sobre arena, los espejismos que no eran más que falsas expectativas de acercamiento, y después la vuelta, un largo camino de regreso a una monotonía que la llevaría a una insatisfacción tan interiorizada que aun estaba por manifestar...afortunádamente habían pasado muchas lunas, no era necesario contarlas, pero cada una de ellas era una celebración, por haber recuperado el equilibrio, la serenidad y libertad de un tiempo de grandes incertidumbres silenciadas por la prudencia de no saber decir lo que ella creía  y daba por sobreentendido, por justicia e equidad y sobretodo por respeto, si es que había amor, claro, ahora sabía que no, era inexistente, ya no tenía dudas de ello sencillamente porqué no habitaba en su interior, un egoísmo enfermizo lo había extirpado de raíz. El faro estaba allí a lo lejos y poco a poco en la distancia reconocía su belleza, la misma que habitaba en su interior  al menos así lo vivía, al igual que la de su querida amiga y por ello daba mil gracias, a la vida, a la mar y la buena compañía. El presente era de una paz muy deseada y gozada, no había nada más estimulante que la mirada al entorno, disfrutar de su afición preferida, la fotografía, y de  la buena sintonía ambiental, un paraíso cercano con unas calas preciosísimas, de aguas transparentes para ellas solas, nada tenían que envidiar a ningún paraje lejano caribeño ni de las islas.
 

 

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