viernes, 7 de agosto de 2015

Altea, reencuentro




El ventilador del techo repartía el aire por todo el salón, la música suave acompañaba y amenizaba una mañana excesivamente calurosa de agosto, la gata silenciosa la seguía allí donde   ella se desplazaba, bien con el andador o las muletas de momento no lo podía hacer de otro modo. Tenía un ángel de la guarda que la ayudaba en todo aquello que necesitaba, su queridísimo hermano, que a pesar de tener una discapacidad tanto física como psíquica poseía el don de la responsabilidad e implicación, lo   más normal del mundo era ayudar a su hermana, lo necesitaba y lo asumía con la visión  de lo más humano como ente familiar, no había otra, según su inteligencia emocional mucho más equilibrada que  la de otros parientes igual de cercanos.  Recordaba días atrás en el hospital donde el paisaje no era otro que un trazado distorsionado de quejidos de dolor, mucha soledad y ancianos desorientados que llamaban a sus mamás y pedían la atención de un niño enfermo, sin conseguirla, evidentemente, en los hospitales curaban desperfectos físicos, la cuestión emocional y el sufrimiento eran cosa de la familia que a menudo se desentendía, la fragilidad en cuestión de salud o por  vejez solía ser ingrata tanto de ver como de sentir y había cierta tendencia innata a huir de ella, posiblemente por miedo , por impotencia o simplemente por un  egoismo enquistado. Ella, a pesar de su edad era de las más jóvenes. El estío caluroso y las obligaciones varias junto a lo poco atractivo de ir a un hospital ahuyentaba algunas visitas, eso sí, el whatsapp no daba a basto, así y todo los días y las noches se hacían larguísimos, no estaba sola de todos modos,  algunas amigas y amigos venían e incluso de lejos y más de una vez, de hecho, pensándolo bien, no se podía quejar. Curiosamente en dos años  había padecido tres operaciones relacionadas con las extremidades inferiores y al mismo tiempo los gatos habían enfermado, uno de ellos lo había tenido que sacrificar, recordaba la gran tristeza e impotencia y la falta de empatía con la gente más cercana, o era que ella pertenecía a otra galaxia, ahora mismo al pensarlo, lo dudaba, hubiera dado lo que fuera por vivir cincuenta años atrás donde los corazones estaban más humanizados y la familia y el vecindario eran más próximos, el visitar a los abuelos y enfermos era práctimente una obligación generalizada que venía de lejos. Le vino a la memoria el primer accidente de moto hacía unos cuarenta años, la primera fractura de fémur, pasado un año  una nueva intervención para la extracción de la placa,  cuando empezó a trabajar, al cabo de un mes, notó un dolor que le dio justo el  tiempo de llegar a la puerta de la casa que la había visto nacer, al momento de llamar el timbre notó el ruido de que el hueso se rompía de nuevo... y volver a empezar  y otro año para recuperarse. Entonces en plena juventud, las visitas eran constantes, e incluso alguna muy especial que la llenaba halagos y ternura.  Volviendo al presente recordaba que  cinco años atrás en el gimnasio tuvo una caída e hizo un mal  gesto de una rotación  forzada, cayó percatándose de una nueva fractura de fémur, la tercera, justo por debajo de la placa que llevaba desde hacía treinta y cinco años, después de practicar deportes, senderismo y bicicleta, con caídas incluídas, parecía extraño la grave consecuencia de una especie de traspiés sin importancia aparente en un principio. Ahora después de tanto tiempo  otra vez había decidido quitarse la placa con el consentimiento del responsable de traumáticos, porqué le impedía hacer su vida rutinaria, los clavos próximos a la articulación le dolían, los dos decidieron que sería lo mejor...todo fue perfecto, ya casi se había recuperado cuando al mes y medio empezaron las molestias primero y luego el dolor hasta impedir el movimiento, no se lo podía creer, otra vez lo mismo, pero ahora con la dificultad del desgaste y los años debido a la artrosis junto a la osteoporosis, no se estaba de nada. Curiosamente ocurrió un hecho que se había repetido en ambas ocasiones en el pasado más lejano y en el presente actual. Hacía cuarenta años había visitado por primera vez Altea, iba con bastón, aun estaba recuperándose y lo precisaba para andar, sobretodo por las callejuelas empinadas y el suelo de piedras. Fue un amor a primera vista quedaría impregnado en sus pupilas y en su corazón como uno de las parajes mediterráneos más bellos conocidos, no podía olvidar que sus raíces maternas andaban por las cercanías y vivió también su primer amor con la intensidad de lo más bello conocido en aquel momento, lleno de color, de mar y de perfume de jazmín que sin faltar le acompañaba todas las noches así como un amor resplandeciente en todos los sentidos   . Y había vuelto, después de salir del hospital y descartar una cuarta fractura, le aconsejaron reposo absoluto, como estaba sola en casa, le ofrecieron ir a la casita justo delante del mar en Altea, allí además de estar acompañada y cuidada tenía el privilegio de ver el mar, sentirlo y respirarlo y contemplarlo...y así fue...parecía ser que una fisura ósea no quedó clara en la radiografía, y a los pocos días en su ciudad haciéndole una manipulación en el CUAP, notó el mismo ruido crujiente que la primera vez, cuando llamaba a la puerta de la casa que la vio nacer. Y le dijo a la doctora..." Antes no sé, pero ahora seguro que se ha roto, yo  lo he notado...¿y usted?... ( con tono sarcástico), la doctora se lo confirmó al ver la radiografía y así lo afirmó" .Quedó ingresada en la habitación 310 de traumatología del gran hospital, la mamá de su amiga de Altea, ingresó a los dos días, con el mismo diagnóstico de fractura de fémur en la habitación 306. Curiosamente le  había comentado  a su amiga anteriormente que la quería visitar, ahora con los años aparte de vejez,  padecía Alzheimer. Cuando entró  a verla a la habitación, con una sonrisa de niña feliz, dijo..."Mira la Pepi"...se emocionó. Todas las veces que entraba a verla con la silla de ruedas, se le dibujaba  la misma expresión que venía a decir lo mismo, la reconocía, y cada vez se emocionaba. La memoria del pasado cuando había empatía, bondad y agradecimiento, no se olvidaba nunca, al igual que las emociones relacionadas con el alma y el corazón y no con la mente. El destino era tan impredecible como sorprendente y venía a decir que nada era por casualidad, todo tenía un sentido, que sólo el azar sabía, no cabía dar más vueltas ni explicaciones, nada sucedía porque sí.


 

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