miércoles, 11 de noviembre de 2015

hibernando


Últimamente la soledad se había convertido en su mejor compañía y de hecho se había ido acostumbrando a ella tanto que no echaba de menos a nadie, cada vez se sentía mejor con ella misma, hacía lo que le apetecía, salía, tomaba el sol, nadaba, paseaba por su bonito barrio por las calles y parques a ritmo lento siempre con la cámara fotográfica a cuestas para captar aquella instantánea que le llamaba la atención, leía y escuchaba música y veía alguna película o serie para distraerse o llorar a moco tendido. Claro que a veces pensaba en que le hubiera encantado que alguien tuviera el deseo de verla, acompañarla y estar con  ella por el placer de estar, sin más, y que  no representara ningún esfuerzo desplazarse con la intención de visitarla, echaba de menos estas iniciativas de sorprender cuando una menos lo esperaba, siempre que esta compañía fuera grata y amigable. Estaba claro que todo en la vida eran etapas y que a veces la gente estaba y otras no, cada cual a su libre albedrío, la libertad tenía un precio como todo en la vida y muchas veces era la soledad, no esperar nada de nadie era una buena alternativa y no entristecerse por ello era una muestra de madurez equilibrada, la autosuficiencia junto la autonomía, dos maneras positivas de aceptación de lo que se terciaba en un presente de tiempo libre, descanso y aislamiento en la era de  la robótica de móviles y whatsapps... era tiempo de hibernar como hacían las tortugas, los días eran más cortos y quedarse en casa apetecía.









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