Llegué a la isla en pleno solsticio de verano, vi de buenas a primeras dos lagartijas de tonos verdes amándose entrelazadas, invocando al sol agradeciendo su calidez y ofreciéndole el ritual más hermoso conocido, el amor entre dos.
Paseando por el lugar divisé varias higueras frondosas de forma circular, estaban verdes y sus hojas relucían por la lluvia primaveral e invernal. Ofrecían su primer fruto, brevas deliciosas, y también su sombra generosa, como un refugio pasajero a los caminantes isleños o forasteros no importaba el origen, en las horas fuertes de sol veraniego.Siguiendo el camino a unos cinco minutos escasos me reencontré con la Cala Saona, de aguas límpidas cristalinas, coloreadas entre verde, azul y turquesa, su nitidez destellaba reflejos del cielo, buscando miradas de agradecimiento y admiración de tanta belleza contenida entre partículas de agua y sal condensada. Todo un tesoro por descubrir para aquellas personas ávidas de mar y de sol, como yo misma y otros visitantes del mundo .
Emocionada por el encuentro tan deseado y sentido me desposeí de la vestimenta estival. Conecté en silencio con la mar, meditando afloró el deseo sentido, y de mis ojos dos lágrimas emotivas se deslizaron hasta llegar al agua, que curiosamente tenían el mismo sabor a sal. El agua me llamó a través de la brisa y nos sumimos en un gran abrazo. Me dejé llevar por la corriente, apenas sentía mi cuerpo liviano, me sumergí hasta la levitación y saciada de placer salí y me tumbé en la cálida y blanca arena de la playa tan placentera como el agua, fría y al mismo tiempo acogedora.
El atardecer no quiso perderse la bienvenida y me obsequió con una luz de tonos rosados púrpura y de un rojo viviente, reposando sobre el horizonte se durmió rebosante de quietud.
No tardó en suplirlo la luna llena de luz dorada que fue subiendo como un globo, para iluminar la noche más corta y mágica del año.
Poco a poco fueron llegando los comensales, les esperaban manjares deliciosos, y un vino rosado excelente, extremeño, elaborado por un artesano de buenas manos y gran corazón.
En mitad de la copiosa cena el cielo nos brindó una estrella fugaz de reflejo tardío, para que todas las personas allí reunidas no perdieran la ocasión de ver y vivir tal evento espontáneo y bello. Vino una hada-bruja, preciosa mujer con flores en el pelo y perfume de esencia de hierba de San Juan. Nos invitó a danzar e iluminar la noche con fuego, también a depurar lo no querido y llamar a lo deseado. Saltamos el fuego, y lo rodeamos con danzas circulares que nos armonizaron con todos los elementos, fuego, tierra, agua y aire...una noche mágica de vivencias compartidas, con personas con encanto.