Madre amadísima, no se donde te hallas, si hay otras vidas, si eres energía, si habitas en un lugar donde tienen acogida las almas bellas e infinitas. Cuando miro al cielo, pienso que es allí donde resides que eres una estrella que brilla con luz propia, como lo hacías cuando estabas entre nosotros. Cuanto añoro tu presencia cálida, tu sonrisa preciosa angelical y rebosante de bondad serena. ¡Te pienso tanto! y es entonces que te siento cerca, en el momento preciso que alguna razón me angustia o una preocupación me invade ,sin predecirlo, se abre un camino de luz o una solución impensable aparece como surgida de una amor incondicional que aflora como si de un sueño viviente se tratara.
Aprendí tanto de tu sonrisa que me quedé con ella y muchas veces la veo dibujada en mis propios labios, desde que te fuiste la hice mía y en ella te siento y te revivo de nuevo. Madre mía, que me llegaste a conocer como nunca yo llegaría hacerlo y como una bruja bondadosa predecías aquello en que me convertiría con la mirada de aceptación y con una actitud positiva de aprobación convincente, demostrando este amor que llevaré siempre conmigo.
Cuando viví la adolescencia, por cierto muy rebelde, padre, no la llevaba ni entendía nada bien
y tu siempre comprensiva con una mirada de complicidad, salías en mi defensa aludiendo el gran corazón que tenía, a pesar de mis mal hechuras constantes y el mal genio, que en cierta manera saqué de ti, ya que las dos éramos signos de fuego que marcarían nuestra personalidad.
Hay un hecho en este período que me duele muchísimo recordar, no sé bien la razón pero me preparaste algo de cena que no quería y tiré el plato al suelo, tu me miraste con una desaprobación tan evidente de que no merecías este mal trato, que me sentí la persona más indeseable del mundo. Una imagen triste ensombrece aquel instante que borraría si tuviera el poder de hacerlo por la tristeza de decepción que vi en tu mirada.
Al pasar de los años la relación de unión fue creciendo y un halo de admiración hacia ti crecía al contarme historias muy hermosas de tu juventud, las vivías tan intensamente que conseguías que las visualizara como si yo hubiera estado presente. Otro detalle que me divertía mucho, era la manera en que inventabas palabras. Recuerdo muy bien una historia que contaste en un viaje en el metro acerca de una hermana del abuelo paterno, en que decías que tenía como amante una mujer, supongo que las palabras que conocías para contar una historia de amor entre dos mujeres te resultaban poco adecuadas o sencillamente no te gustaban y tan tranquila soltaste que eran "livianas", y que a pesar que la familia se interpuso radicalmente al final acabaron viviendo juntas hasta que la otra mujer murió de enfermedad, pero llegaron a ser muy felices.
Daría lo que fuera para poderte decir lo mucho que te quise y que no hay día desde que te fuiste que no te recuerde con un cariño infinito, tanto como la distancia que nos separa...seguiré mirando al cielo y buscándote entre las estrellas que brillan con luz propia la misma que iluminaba tu mirada azul, tierna, serena y amorosa, que guió nuestras vidas con un ejemplo de respeto a la libertad, las buenas formas y a la dignidad en toda su amplitud humana.
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