martes, 22 de julio de 2014

Emocionándose



 
Escuchando a los coros de los madrigales de Monteverdi se emocionó. Se sentó en la silla del balcón rodeada de sus plantas llenas de vida, estaba segura que a su manera sentían  la música y quizás también podían emocionarse tanto o más que ella, lo imaginaba, todo a su manera, ahora todo era así, sin ninguna influencia externa que le creara  contradicción. Cogió el libro, " Verano Pródigo" de Bárbara Kingsolver y al leer:"Despierta bajo la luz del amanecer, con los zorzales del bosque, sintiendo la textura de la sábana fresca sobre la piel, se sintió tan enervada y desorientada como una mariposa que acabara de emerger de una larva sin saber donde volar"...también se emocionó e imaginó la situación narrada, después de una noche de amor inesperada y vivida por la protagonista. Ahora era tiempo de imaginar e interiorizar imágenes bonitas de vidas ajenas, el amor quedaba lejos, si es que había existido tiempo atrás, lo dudaba, seguramente era tan imaginario como la vivencia de la  lectura, una percepción sentida por la emoción de vivirla, el pasado reciente no la emocionaba, más bien lo rechazaba, una frescura glaciar le había helado el recuerdo y el sentimiento, de hecho no se lo podía ni creer que lo hubiera vivido ella misma, aun hoy pedía perdón y mil disculpas a su propio orgullo y a su integridad por haber caído tan bajo, hasta el subsuelo de la necedad .  Al atardecer había recibido la visita de su amiga de la niñez, vivía en otra ciudad y siempre que  la visitaba le levantaba los ánimos y a la vez la autoestima, ella la conocía bien y cuando le explicaba como se sentía siempre justificaba su actitud, porqué la conocía bien, era una buena psicóloga e interpretaba sus emociones y cuando le exponía todo resumido y lo  interpretaba según lo  expuesto se quedaba mucho más tranquila, era tan sencillo como sentirse valorada, querida, respetada y ante todo comprendida, le había hablado de su capacidad de aguante y de su explosión después, porqué la conocía muy bien y también le expuso que había cosas tan evidentes que no hacía falta tenerlas que decir, salían de una misma, cuando había amor, sensibilidad y respeto, no había dudas al respecto, la generosidad tenía que fluir como una fuente abierta,  un intercambio proporcional a lo que se daba, recibía y según se poseía, si no era así todo se iba al traste, que es lo que relamente había sucedido finalmente; una descompensación descomunal de un egoismo desmesurado, donde la emoción, el sentimiento y la coherencia brillaban por su ausencia, a parte de otros motivos relacionados con la falta de implicación y seriedad de una persona madura que no lo era según le hubiera correspondido . Su amiga vino con su pareja, tenían una relación envidiable de casi treinta años de convivencia, se entendían y se veían enamorados como nadie que pudiera conocer y no hacía falta decirlo, su aspecto lo decía todo, tenían un aire jovial, se cuidaban y vivían en una especie de paraiso tanto interno como externo, se tenían una admiración mutua. Tenían a su alcance a través de una terraza con una gran cristalera un  paisaje mediterráneo bellísmo en todas las circunstancias de tiempo y estaciones, tanto el  mar como el cielo  eran un  espectáculo visual que variaba según la luz y la hora todos los días del año.  Pronto iría a visitarlos a finales del verano cuando la multitud de veraneantes volvían a sus rutinas lejanas de asfalto, ruído y contaminación urbanas. Las charlas nocturnas en la terraza eran tan refrescantes como la brisa marina y cuando iluminaba la luna la complacencia era de una exquisitez sin igual.
















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