El viento acariciaba su piel
salada de mar y vacía
de ausencias lejanas
de una noche pegajosa
sin deseo ni añoranza
La mar sonreía olas
de espuma blanca
y llamaba a peces
saltarines para que dibujaran
sonrisas fugaces
de espectadoras amigas
Libélulas danzarinas
bailaban planeando
al son de la brisa
y se balanceaban como
expertas acróbatas
expertas acróbatas
en lo más alto
del cañaveral.
Al atardecer el sol
besaba el agua
con labios pintados
de color rojo púrpura
La soledad quedó
aparcada en una calle
de la ciudad donde
el bullicio y las obras
clamaban una huida
poco furtiva
pero clamada
por latidos
y pensamientos
a raudales
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